Visitar la guarapera y tomarte un guarapo: una experiencia muy cubana que no te puedes perder
Las guaraperas siempre han existido y son muy populares entre los cubanos pero ya están empezando a serlo también entre los extranjeros que visitan la Isla y se aventuran incluso a frecuentarlas ciudades adentro, en barrios alejados de las zonas turísticas. Muchas se establecen en algún espacio de los agromercados (mercados donde se venden al por mayor los productos agrícolas), pero ya están apareciendo en puntos céntricos de las ciudades aunque sigue siendo más frecuente verlas en territorios donde se cultiva la caña de azúcar.
El guarapo es una bebida natural muy refrescante que los cubanos adoran y que agradecen en cualquier momento del año y del día. Es saludable, relajante y energético mientras la guarapera, por su parte, es el lugar perfecto para disfrutarlo a lo cubano, entre la gente, las conversaciones cotidianas del barrio, el ajetreo, la vida, la resiliencia de los nativos y su don para asumir su complicado día a día entre chistes y risas.
Cuando estás casi a punto de tener un espejismo en medio de un atribulado y súper caluroso día cubano y encuentras una guarapera, te identificas con quien encuentra un oasis en medio del desierto. A medida que te acercas se cuela en tu nariz y espíritu el dulce olor del guarapo acabadito de extraer de la caña de azúcar, y te embelesas viendo el que sale justo en ese momento del trapiche eléctrico (aparato improvisado para este fin utilizando el principio mecánico de los usados en los centrales azucareros), y cae en las dos o tres coladoras superpuestas que se usan para evitar que la paja de la planta contamine el preciado néctar que se acumula debajo de los filtradoras en un recipiente, para luego ir a la jarra donde unos trocitos de hielo lo esperan antes de caer deliciosamente en el vaso.
Mientras esto sucede “la boca se te hace agua” (aumenta la salivación), te impacientas un poco y ruegas porque el que te antecede no pida cuatro o cinco vasos y tengas que esperar a la próxima exprimida. Para no desesperarte observas las cañas raspadas, amontonadas en un rincón, al dependiente sirviendo, fregando los vasos, limpiando el mostrador, cortando y depositando los limones en una bandeja para quienes prefieran añadir unas gotas a su bebida, hasta que al fin llega tu turno. Sin vacilar tomas tu vaso tragas sin parar y a medida que el líquido refrescante y delicioso baja por tu garganta, vas sintiendo como toda la energía que no sabías que habías perdido, regresa de golpe a tu cuerpo. Cuando terminas, se te sale involuntario el “Ah!” de satisfacción que le escuchaste –y tal vez reprochaste en silencio a los otros–y descubres que estás calmado y volvieron los deseos de seguir andando.