El Valle de Los Ingenios, joya patrimonial y turística de la isla de Cuba y de la humanidad
Desde la finca de Santa Teresa, ya en la orilla de la costa de Trinidad; y hasta Limones, casi en las faldas montañosas de la Sierra del Escambray, la burguesía criolla levantó su imperio azucarero en la que fuera la isla española de Cuba. Hoy El Valle de los Ingenios, declarado patrimonio cultural de la Humanidad por la UNESCO, es el más fiel testigo de tan lejana realidad.
Este paraje ubicado en el centro sur de la isla, a unos 342 kilómetros de la capital, se erige por derecho propio como el más preciso museo del azúcar en Cuba, y recibe miles de visitantes cada año, que se deleitan con sus reliquias, leyendas y ruinas.
Para llegar al valle, el viajero puede servirse de un tren local que llega todos los días desde Trinidad, tercera villa de Cuba, y considerada la ciudad museo del Caribe. No obstante, el viaje puede ser aún más fascinante si se hace a bordo de una máquina de vapor que data del año 1919, y que se ha concebido como tren turístico para un trayecto de algo más de dos horas, entre los campos de la zona, donde puede apreciarse como viven nuestras comunidades rurales.
Al llegar, el visitante tendrá la posibilidad de efectuar una excursión por siglos de historia. El recorrido, que abarca unos 50 kilómetros resulta muy placentero, dado la profusión de haciendas, puentes, antiguas plantaciones y hermosos paisajes que conforman el Valle de Los Ingenios.
También conocido como el Valle de San Luis, se trata de una reserva natural y arqueológica en la que se mezclan monumentos, historia y naturaleza. A lo largo de las 110 caballerías que lo conforman (unos 14.5 kilómetros cuadrados) llegaron a existir 56 ingenios, que a pesar de su técnica rudimentaria en solo un año lograron la mayor zafra azucarera de todo el mundo.
La comarca acogió una arquitectura industrial muy llamativa tanto por sus dimensiones como por la riqueza de los hacendados. Para 1827 la región tenía una población 28 mil 700 habitantes y más unos 11 mil esclavos africanos, quienes eran explotados brutalmente por los criollos e insulares.
Tras perder su apogeo económico, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, el sitio quedó totalmente abandonado y sin sufrir transformaciones en su fisonomía, para que siglos después aún nos muestre su invaluable dote de mansiones, casas campestres, torres, calderas y otros remanentes de la industria azucarera colonial.
De tal suerte destacan las construcciones vernáculas, conocidas como casas-viviendas, muchas de ellas conservadas con alto grado de detalle. Entre las mejor preservadas se encuentran Las Delicias, Buena Vista, Magua y Guáimaro, todas ellas de estilo neoclásico. Pero también admirables son los ingenios, las casas de verano, los barracones y otras estructuras estrechamente vinculadas a la producción azucarera.
En el valle son renombradas las ruinas del ingenio San Isidro de los Destiladeros, propiedad de un comerciante catalán, con una de las mayores fortunas de la región. Los restos de su mansión constituyen un signo inequívoco de la opulencia y el buen gusto de la sacarocracia cubana del siglo 18.
Llamativa resulta su torre de tres niveles con campanario y mirador, así como el sistema hidráulico que remeda las obras ingenieriles europeas, y que fuera construido a base de gruesos muros y puntales de canto, todo ello con el objetivo de trasvasar el agua requerida para la producción cañera.
En esta, como en otras haciendas del valle, dejó sus obras murales el arquitecto y artista plástico italiano Daniel Dall'Aglio, algunas de las cuales se encuentran ahora mismo en proceso de restauración con el respaldo de la UNESCO y otras instituciones cubanas.
Pero quizás nada en el Valle de los Ingenios exhiba tanta majestuosidad arquitectónica como la hacienda Manaca, una de las más nombradas de toda la isla. Su torre campanario de indiscutible estilo neoclásico y prueba fehaciente de la opulencia de aquellos años, se ha convertido en el símbolo de Trinidad, y todo un ícono de la Cuba colonial.
Quien decida subir a la cúspide que alcanza los 43,5 metros de altura sobre su superficie, podrá observar absorto las más increíbles vistas del Valle de los Ingenios, desde cada uno de sus puntos cardinales, y guardar así en su memoria el encanto sinigual de un sitio que es hoy Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Para finalizar la excursión y ya casi de vuelta, le sugerimos seguir la Ruta del Esclavo, que ofrece otras preciosas panorámicas de la llanura trinitaria, y que lo mismo invita a un descanso en la Casa Guanichango, antigua hacienda convertida en restaurante, que nos conduce a la cascada de Jabira, fuente que nos aguarda para un refrescante baño.
Entonces, el visitante no necesitará otro argumento para comprender por qué es El Valle de Los Ingenios uno de los sitios más frecuentados en la mayor de las Antillas.