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La Playita de 12, un pedazo de costa habanera que tiene mil historias que contar

Por la calle primera del elegante reparto de Miramar en el municipio Playa de La Habana, Capital de Cuba, se encuentra la Playita de 12, que comenzó siendo lugar de esparcimiento de los vecinos de la localidad al igual que la de 16, para luego terminar siéndolo de todos los habaneros.

Vista por ojos ajenos es apenas el pedacito final de la calle 12, que muere justo allí en el muro que cierra su última cuadra, para dar paso a lo que el empeño habanero insiste en llamar playa y que en realidad no es más que un corto trozo de costa, poblada de diente de perro y erizos y rodeada por las ruinas de las que un tiempo fueron magníficas residencias.

Mirada por quien la vivió en la década de los años 80 y noventa del siglo XX es un monumento a la nostalgia: el lugar de reunión de los jóvenes de toda la ciudad, adolescentes de secundaria, pre universitario e incluso universitarios que se aglomeraban allí para socializar, enamorarse y pasarla bien y la convirtieron en una de las playas más populares de la ciudad.

Muchos preferían ir a 12 o a 16 antes que a las deslumbrantes playas del este con sus arenas blancas y sus aguas azul turquesa, porque allí estaba el piquete de la escuela, o del barrio, o chichos y chicas nuevos deseosos de conocer a otros.

Pero incluso hoy, tal y como está, cautiva. Todavía la gente sigue yendo a sentarse y compartir. Es ideal para relajarse y meditar escuchando el sonido de las olas romper contra el risco.

Sobre todo porque muy cerca dentro del mar, unos metros a la derecha se despliega en línea recta por cientos de metros, seductora, una hilera de enormes esculturas de yaquis amontonados unos encima de los otros, muy popular entre los habaneros. Entre estos y la orilla existe un delicioso espacio de mar de unas decenas de metros ideal para nadar.

Los yaquis no llegan hasta la Playita de 12, desde dónde sí puede vérselos y disfrutar del espectáculo de los numerosos bañistas que se aglomeran en ellos, van de allí a la orilla y viceversa y hasta practican clavados, lo cual es bastante imprudente por el peligro de accidentarse.

En la playita siguen necesitándose los tenis para aventurase a entrar al agua. Los fines de semana llegan los vendedores ambulantes de comida y se aglomeran las personas que se sientan en el muro, aquí y allá; todos ocupados en disfrutar ese pedazo de ciudad-mar que está ahí, a su disposición para fundirse, vivir y seguir sumando recuerdos agradables de La Habana.