¿Conoces la Venecia de Cuba? Aquí te la presento
Isabela de Sagua está situada a 330 kilómetros de La Habana, en el litoral norte de la provincia de Villa Clara, justo en el delta del río Sagua la Grande, y sobre una franja de terrero que sobresale en forma de península. Este pueblito es conocido por sus pintorescas estampas, la probada calidad de sus ostiones y la autenticidad de su gente.
Hay quienes aseguran que, si Ernest Hemingway hubiese conocido a Isabela, aquí se habría quedado a vivir. Sin embargo, sobran las historias de quienes luego de visitar este increíble paraje se ven en la obligación de volver.
No obstante, mucho ha cambiado Isabela de Sagua, desde aquellos días en los que -con total justicia- se le comenzó a llamar La Venecia de Cuba. El próspero enclave portuario, era una verdadera postal que, además de admirable por su belleza, subyugaba al visitante con su peculiaridad.
Imaginen una comarca literalmente sobre el mar, con sus casas sobre pilotes de robustos leños, y largos muelles que conectaban cada una de esas cabañas y caneyes con la única calle en tierra firme de todo el pueblo. Imaginemos los livianos botes que como rústicas góndolas se filtraban por los recovecos de esa aldea de madera y mar día tras día.
Pues sí, mucho de eso ya se ha ido, como se fue aquella empinada iglesia de listones negros y techo de tejas que un día fue el edificio más alto de todo el pueblo. Sin embargo, Isabela se resiste al salitre de los años, y sigue enamorando a todo el curioso que llega hasta allí.
Las viejas casas siguen teniendo su piso de madera a doce palmos de altura sobre el mar, y en las tardes se vuelve una delicia recostarse sobre esos tablones que refresca el agua cuando sube la marea, mientras sentimos el traqueteo de los diminutos cangrejos que trepan por las vigas.
Aún los pescadores de rostros surcados por el sol, amarran sus chalanas a los portales corridos, y tiran las cajas con la captura de la última redada mar adentro. Es lo hora en que desde las cocinas escapa ese sazonado vaho con olor a mariscos que distingue a la localidad.
Como los residuos marinos que la marea lleva y trae, las leyendas cohabitan junto a los moradores del poblado costanero, y aún existen aventureros afanosos que persiguen los tesoros perdidos por corsarios y piratas, que tuvieron en Cayo La Vela su morada esencial.
Sin embargo, desde aquellos lejanos días de los atracos marinos, los pobladores de la localidad sentían pavor de acercarse al islote y los más temerarios que lo hacían, regresaban asustados para contar de los lamentos, voces y ruidos de pesadas cadenas que merodeaban el lugar.
Mas ninguno de esos encantos propios de la tradición oral, supera la estadía en este pintoresco enclave. Desde los caneyes que se sitúan sobre el mar es posible disfrutar de la mejor comida marinera de toda Cuba, mientras observamos una puesta de sol sobre las ruinas de un buque griego encallado aquí.
¡Ni qué decir de los ostiones! Los lugareños, presumen de la calidad de sus sabrosos cocteles, una fama garantizada por las condiciones naturales en las cuales se desarrollan esos moluscos emparentados con las ostras y las almejas