El Cangrejo de Caibarién
Si te encuentras de visita en Cuba y decides disfrutar de la belleza insuperable del polo turístico de la cayería norte villaclareña, muchos serán los atractivos que te harán detenerte en tu marcha rumbo a esas paradisíacas playas.
Primero te tropezarás con los legendarios encantos de San Juan de Los Remedios, y después, cuando un inmenso cangrejo se interponga en tu camino no te asustes, has llegado a Caibarién.
Como lo lees, un gigantesco crustáceo da la bienvenida a todo el visitante que llega a esta urbe costera del centro norte de Cuba, y que se localiza a 310 kilómetros de la capital del país, La Habana.
Esta escultura realizada en hormigón armado sobre un montículo de rocas marinas, es la más voluminosa de las obras que ha regalado el escultor Florencio Gelabert Pérez, a la Villa Blanca de Cuba.
El destacado artista de la plástica cubana, nacido en esta localidad pesquera, y conocedor de la idiosincrasia de sus paisanos no pudo ingeniar un regalo mayor para los habitantes de este pueblo villaclareño, que orgullosamente se hacen llamar cangrejeros.
El estrecho vínculo de los caibarienenses con esos crustáceos marinos, tiene profundas raíces históricas, que se originan en la marcada presencia de esos animales en las aguas poco profundas del litoral.
En particular los cangrejos moros, especie más achatada y de caparazón rojizo son los habitantes más comunes entre la gran variedad de especies marinas que se asientan en la costa norte de la isla de Cuba, y más específicamente en la bahía de Buena Vista, que antecede al archipiélago Sabana-Camagüey.
De ahí se desprende el hecho de que la economía de la villa muy tempranamente se viera ligada a la comercialización de ese marisco, que se convirtió en una importante fuente de ingresos dados sus valores en el arte culinario.
Por su cautivante sabor, este animal marino es la base del enchilado, un plato elaborado con abundantes sazones, pero también de otras innumerables recetas que prestigian la cocina popular y tradicional de los cubanos y en especial de los caibarienenses.
Es posible degustar de esos platos si el visitante dispone de más tiempo y decide almorzar en alguno de los restaurantes particulares enclavados en la villa, aunque le sugerimos algunos ubicados en la zona del malecón con excelentes ofertas y precios aceptables.
Es muy probable que incluso saboreando su plato el visitante advierta la visita de estos amigos, pues en la ciudad pululan libremente los cangrejos por aceras y avenidas. No obstante, muchos aseguran que hoy existe una población muy inferior a la que se tuvo en años anteriores, algo que puede deberse al empleo de técnicas de captura inadecuadas o los lamentables efectos que el cambio climático deja también sentir en la Villa Blanca.
Si se tratase de una de las siete plagas de Egipto, la presencia se hace mucho más evidente en aquellas noches de luna llena o ante la inminencia de una tormenta con descargas eléctricas. Pero cuando verdaderamente se convierte Caibarién en el reino de los cangrejos es en los días de desove, momento en que miles de esos animales invaden las vías del pueblo con su preciosa carga de huevos y el mandato de procrear.
A pesar de sus grandes muelas, y del indudable poder defensivo de estas, no representan un peligro para los visitantes ni pobladores, sino más bien un encantador deleite para todos aquellos que sepan apreciar los regalos de la naturaleza.
La Villa Blanca, con una marcada profusión de atributos y bellezas costaneras, y punto de partida del admirable pedraplén de 48 kilómetros que une a la isla grande con Cayo Santa María, exhibe además del Gran Cangrejo de la entrada citadina otro vistoso crustáceo en el borde mismo del malecón, que, confeccionado en cerámica y de menor tamaño, constituye otro de los regalos de Gelabert a esta comarca cangrejera del centro norte del país.